Como mujer y afrodescendiente he militado por más de 18 años, por un lado, en movimientos sociales que pugnan por los derechos humanos de las mujeres. Y por el otro lado, en aquellos que reivindican los derechos de las poblaciones negras. Hoy a mis 32 años, me hago con insistencia la pregunta ¿Será posible militar en un movimiento que articule con fuerza ambas luchas reivindicativas?
Hasta hoy, he sido testiga de cómo los movimientos sociales de mujeres siguen estableciendo la experiencia de vida de las mujeres blancas y mestizas, como la experiencia única de ser mujer.
Obviando la necesidad de ubicar en la agenda reivindicativa, otras formas complejas y diversas que atraviesan a esa sujeta mujer, ligadas a su identidad étnica, “raza”, orientación sexual y posición económica.
También me hago la pregunta ¿Es el escenario del feminismo tradicional el estratégico para reparar las brechas históricas de desigualdad de las mujeres negras en Colombia? Algunas personas dirán que es imposible construir de la mano de quien ha sido de una u otra forma tu opresora; otras optarán, por argumentar sobre la necesidad de establecer un nuevo contrato social que no esté mediado por las relaciones desiguales ligadas estrechamente a la raza y el racismo.
Del mismo modo, me hago la pregunta ¿Es el movimiento social afrocolombiano el escenario para reivindicar los derechos humanos de las mujeres negras? Frente a esto, también presento serias dudas, pues si bien la agenda reivindicativa étnica-racial es clara en su alcance, me sigue preocupando el lugar subordinado que ocupamos como mujeres negras en el espacio privado- doméstico y público con nuestros pares negros. Al interior del hogar la mayoría de mujeres negras soportamos toda la carga del cuidado y la crianza, somos víctimas del ejercicio del poder mediante la violencia, control y castigo, tenemos menos ingresos económicos, menor acceso a educación, entre otras dinámicas propias de las desigualdades de género asociadas a la dominación masculina.
A su vez, en los escenarios de participación y toma de decisiones, nuestra representación es inferior a los hombres negros. A nivel organizativo nuestra voz y necesidades como mujeres no son seriamente tenidas en cuenta, seguimos ejerciendo en gran proporción aquellos roles que supuestamente se nos da mejor por ser mujeres (secretarias, logísticas, creativas) y somos víctimas de acoso sexual constantemente.
¿Cuál es nuestro espacio para movilizar nuestra agenda como mujeres negras y afrodescendientes? Sin lugar a duda, requerimos de un espacio propio, que articule las luchas en favor de la igualdad racial y de género. Década tras década la experiencia nos ha demostrado que las mujeres negras somos las llamadas a alzar nuestras propias banderas, nadie más lo hará por nosotras. Somos conscientes de que la reflexión requiere de una mirada crítica, que incorpore un análisis profundo de las implicaciones de ser mujer, negra, empobrecida, diversa sexualmente, entre otras identidades, que nos pueden albergar como sujetas.
De otra manera, continuará siendo una utopía el interés de hacer de nuestras luchas una prioridad, dado que ciertamente no somos una rama dentro del feminismo y difícilmente dentro los movimientos afrocolombianos. En consecuencia, la realidad de las mujeres negras es una rama de análisis, estudio y acción por sí misma, que precisa de no continuar bajo la sombra de realidades que aunque cercanas, se alejan de nuestras necesidades específicas como mujeres negras.
Como mujer y afrodescendiente he militado por más de 18 años, por un lado, en movimientos sociales que pugnan por los derechos humanos de las mujeres. Y por el otro lado, en aquellos que reivindican los derechos de las poblaciones negras. Hoy a mis 32 años, me hago con insistencia la pregunta ¿Será posible militar en un movimiento que articule con fuerza ambas luchas reivindicativas?
Hasta hoy, he sido testiga de cómo los movimientos sociales de mujeres siguen estableciendo la experiencia de vida de las mujeres blancas y mestizas, como la experiencia única de ser mujer.
Obviando la necesidad de ubicar en la agenda reivindicativa, otras formas complejas y diversas que atraviesan a esa sujeta mujer, ligadas a su identidad étnica, “raza”, orientación sexual y posición económica.
También me hago la pregunta ¿Es el escenario del feminismo tradicional el estratégico para reparar las brechas históricas de desigualdad de las mujeres negras en Colombia? Algunas personas dirán que es imposible construir de la mano de quien ha sido de una u otra forma tu opresora; otras optarán, por argumentar sobre la necesidad de establecer un nuevo contrato social que no esté mediado por las relaciones desiguales ligadas estrechamente a la raza y el racismo.
Del mismo modo, me hago la pregunta ¿Es el movimiento social afrocolombiano el escenario para reivindicar los derechos humanos de las mujeres negras? Frente a esto, también presento serias dudas, pues si bien la agenda reivindicativa étnica-racial es clara en su alcance, me sigue preocupando el lugar subordinado que ocupamos como mujeres negras en el espacio privado- doméstico y público con nuestros pares negros. Al interior del hogar la mayoría de mujeres negras soportamos toda la carga del cuidado y la crianza, somos víctimas del ejercicio del poder mediante la violencia, control y castigo, tenemos menos ingresos económicos, menor acceso a educación, entre otras dinámicas propias de las desigualdades de género asociadas a la dominación masculina.
A su vez, en los escenarios de participación y toma de decisiones, nuestra representación es inferior a los hombres negros. A nivel organizativo nuestra voz y necesidades como mujeres no son seriamente tenidas en cuenta, seguimos ejerciendo en gran proporción aquellos roles que supuestamente se nos da mejor por ser mujeres (secretarias, logísticas, creativas) y somos víctimas de acoso sexual constantemente.
¿Cuál es nuestro espacio para movilizar nuestra agenda como mujeres negras y afrodescendientes? Sin lugar a duda, requerimos de un espacio propio, que articule las luchas en favor de la igualdad racial y de género. Década tras década la experiencia nos ha demostrado que las mujeres negras somos las llamadas a alzar nuestras propias banderas, nadie más lo hará por nosotras. Somos conscientes de que la reflexión requiere de una mirada crítica, que incorpore un análisis profundo de las implicaciones de ser mujer, negra, empobrecida, diversa sexualmente, entre otras identidades, que nos pueden albergar como sujetas.
De otra manera, continuará siendo una utopía el interés de hacer de nuestras luchas una prioridad, dado que ciertamente no somos una rama dentro del feminismo y difícilmente dentro los movimientos afrocolombianos. En consecuencia, la realidad de las mujeres negras es una rama de análisis, estudio y acción por sí misma, que precisa de no continuar bajo la sombra de realidades que aunque cercanas, se alejan de nuestras necesidades específicas como mujeres negras.