De abismos y maternidades

Escrito por: Alma Gisella Fernández Escorcia, Nicole Carolin Linero Benavides, Carmen Cristina Vizcaíno Barros, Anabell Posada Ramírez, William Andrés Castro Atencia

Algunas de las definiciones de abismo que encontramos en la RAE son las siguientes: profundidad grande, imponente y peligrosa, como la de los mares, la de un tajo, la de una sima, etc. Realidad inmaterial inmensa, insondable o incomprensible. Otra acepción de abismo que aparece en el diccionario de la RAE es: Infierno (lugar de castigo eterno) Maldad, perdición, ruina moral. 

Nos encontramos frente a la novela de la escritora colombiana Pilar Quintana titulada Los abismos, y ya desde esa enunciación se nos evoca un espacio profundo y hosco. La novela se abre y se extiende a la oscuridad, a la profundidad, a un precipicio. Honduras, dolores, hastíos, cargas, en la vida y los cuerpos de las mujeres; Una narración marcada por las ausencias, los silencios, y a la vez, por el peso de aquello que no logramos despojar de nosotras, eso que está por encima de nosotras, aquello que nos abarca, nos inunda y sobrepasa. 

Los abismos y luego en la primera página está “la selva”, un apartamento, Cali.  Una niña, una muñeca, una madre, una abuela, un padre casi invisible, como una sombra (pero que decide, demanda, impone). Una madre que dice no querer ser como su madre. Una madre que lee revistas de moda y frivolidades. Una madre, que antes de ser madre, cuando joven, dice a su padre que quiere ir a estudiar a la universidad, a lo que él responde tajantemente que no, que lo que hacen las señoritas decentes era casarse y que cuál universidad ni Derecho ni qué ocho cuartos. Una niña mirando a su madre. Una niña que pregunta a su madre si es bonita, si es fea. Una madre que insiste “yo no soy como mi mamá”. Distancias, lejanías, vacíos, cansancios, abismos insondables…

La imagen evocada por los abismos (lo imponente, peligroso, lo inescrutable, lo incomprensible…) se va trenzando profundamente con los personajes femeninos, con la relación entre ellos. Especialmente una niña que observa qué sucede con las mujeres que la rodean. Las muertes que la rodean. La novela es sobre todo la relación de una niña con su madre, la relación de una niña con sus referentes femeninos. Claudia pregunta. Claudia sola. Una niña. Una niña, una muñeca. 

Nos imaginamos entonces los abismos como una caída sin fin. ¿Una selva puede ser un abismo?, ¿una familia puede ser un abismo?, ¿un matrimonio?, ¿una mujer?, ¿una casa?, ¿un hogar?, ¿una madre guarda abismos?, ¿estamos habitados por abismos? 

La obra bordea los abismos de las maternidades, de las mujeres, y la manera como éstos se extienden y perpetúan hacia los abismos de las infancias, los abismos de las familias. En ese sentido, nos permite reflexionar sobre los precipicios a los que nos lanzan, a los que somos impulsadas las mujeres, a los que son empujadas las niñas. Los abismos de una mujer casada, los abismos paternos, los abismos entre una niña y su madre, entre una madre y su propia madre, los abismos de los cuerpos de las mujeres, los abismos del silencio… Aquellos abismos que son exigencias, obligaciones, y aquellos que vamos encontrando en el camino y que alimentamos, y de los que nunca podemos escapar.  

Muerte y suicidios. Territorios abismales. ¿Puede derrotarse un abismo? Depresión, soledad, tristeza, orfandad. ¿Cómo se expresa un abismo? Un abismo sugiere una caída, una pérdida, un hundimiento, desaparecer, desdibujarse. Una separación, una ruptura, un desquebrajarse. Papá, ¿hay gente que no quiere vivir? Claudia, la niña, pregunta, indaga, observa. Atenta a la muerte y la débil y opaca vida que la bordea. La niña y las formas de los abismos. Las referencias son contundentes: Karen Carpenter se mató de hambre, la princesa Grace de Mónaco se tiró por un barranco, Natalie Wood ahogada. 

Y la voz de la madre –Estaba cansada de las obligaciones –repitió. Las repeticiones de la madre, no ser como su madre, las obligaciones, el cansancio. Entonces, Gloria Inés se mató. Otra muerte, la continuidad de los abismos. Mujeres muertas. Los abismos perpetuándose en las revistas, en las noticias, en la vida real. La oscuridad absorbiendo todo. Luego otro referente, otra mujer “desaparecida”. Rebeca. La desaparecida. La narración sigue avanzando sobre las ausencias, sobre lo que no está. Sobre mujeres que no están, que han preferido irse, que han sido empujadas a irse, a abandonar la vida.  

El papá decide que se vayan una temporada a una finca. Un camino en carro hacia la finca, bordeando una caída. La niña pregunta ¿Qué pasa si nos caemos? Una carretera por donde personas se han despeñado, cruces, muerte. Irse a una finca para huir, pero, ¿se puede escapar de los abismos? La niña pregunta: – ¿Y qué crees que pasó con Rebeca? Responde la madre contundente: -Que quería desaparecer. Y la niña sigue: pensé en las mujeres muertas. Una niña y las mujeres muertas. Los abismos bordeando a la niña, a la madre, a las mujeres. Y más adelante: Miré a mi mamá que estaba inclinada como yo hacia el abismo. Luego, dice la niña al borde del barranco: Vi mi cuerpo cayendo hacia la nada verde que había allá abajo.  La tentación del abismo. 

Se nos ha dicho que nunca se ha encontrado el cuerpo de Rebeca. Y avanzada la novela aparece. Encuentran el cuerpo muerto. No hay salida en los abismos. A lo que la madre dice “Ella sí lo supo hacer bien. La madre, ebria, deprimida. Queriendo también desaparecer, darse por vencida, entregar el cuerpo por completo al abismo.

Acercándonos al final de la novela nos dice la niña, la narradora: 

Entonces lo vi en sus ojos. El abismo dentro de ella, igual al de las mujeres muertas, al de Gloria Inés, una grieta sin fondo que nada podía llenar. 

Paulina, la muñeca, presencia que ha estado acompañando a la niña. Cuerpo sobre el que la niña puede decidir, y lo hace, la lanza a ella: que se tiró, que se suicidó por el barranco, porque ella no quería seguir viviendo. ¿La madre no quiere seguir viviendo?, ¿no quiere seguir viviendo la niña? ¿No querían seguir viviendo las mujeres muertas? La decisión de la muerte. En ese gesto de lanzar la muñeca, ¡hay tanto que quisiera lanzar la niña!

Llorar, abrazar, consolarse. Con la tía Amelia la niña se desahoga. Abrazarse y llorar juntas. Luego la madre dice:  -Yo sé que no he sido la mejor mamá. Pero solo responde el silencio de la niña. 

Más adelante la familia retorna a la finca al velorio del cuerpo de Rebeca. Retorna a la muerte de una mujer, al pasado. Mi papá siguió mudo. El monstruo, lo sentí en su respiración agitada, asomándose. En el camino de regreso a Cali, en medio de la neblina que los cubre dice:  estábamos en el borde del precipicio. El abismo nos llamaba, nos jalaba. 

¿Se puede escapar de los abismos? ¿Es posible vencer los abismos?

Va finalizando la novela y la niña y la madre intentan salvar las distancias. La mamá intenta trabajar, la niña pide apoyo para una tarea. Nada funciona. No lo consiguen: porque a mi mamá nada le importaba, ni yo ni mis tareas, solo sus revistas y su cama, que se la pasaba todo el día acostada y sin hacer nada. 

El párrafo final concluye con la niña arriba, en el borde de la escalera-abismo, pero uno peor: se me hizo más abismal que el precipicio de la finca, más escarpada y terrible. No es una casa, es un abismo, no es un hogar, es un abismo, no es una madre es un abismo. No es la vida lo que está frente a ella, son los abismos.  Para cerrar, la novela Los abismos nos habla de la distancia insondable entre la vivencia deseada y las imposiciones sobre los cuerpos femeninos. Transitar la vida entre la palabra negada y la palabra reveladora. La palabra negada, familiar, social, que no menciona las transgresiones a los cuerpos y a las voluntades primordiales, la palabra que niega la fragilidad humana, la que no permite ver cara a cara las realidades profundas y que encierra en sí misma la reproducción de las lógicas patriarcales. En cambio, aparece en contraposición esa otra palabra potente y develadora de las Claudias; la Claudia madre que se permite hablar sobre lo que duele en las vidas y muertes de las mujeres, que permite dar voz al hastío y dar cuerpo al quebrantamiento. La Claudia hija que pregunta, que se asombra, que espera, que observa, que nombra la enfermedad abismal de su madre, que reclama respuesta y acción. Claudia, la niña, esa infancia desolada, determinada por una maternidad también afectada y, que, a su vez, ha heredado sus propios precipicios. La novela, a partir de la voz de una niña, es la posibilidad para nombrar aquello de lo que se prefiere no hablar, pero, lo sabemos muy bien las mujeres, aquellos abismos de los que buscamos liberarnos, y los que cada día confrontamos desde el arte, la literatura, desde la escritura y la palabra, desde la vida misma.

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