Es mi turno

Escrito por: Franchesca Amaris, Luisa Aristizabal, Jennifer Cortes, Leicy Mena

El mes de Mayo es el mes de la herencia africana por que en este mes confluyen tanta fechas importantes que marcaron la historia de las comunidades afro-negras, en el caso de Colombia el 21 de mayo es el dia en que se conmemora la abolición de la esclavitud en el país y el 25 de mayo se celebra a nivel mundial la herencia africana de todas las comunidades afro diaspóricas. 

Qué mejor manera de empezar esta columna que resaltando estas fechas, pues este libro nos brinda la historia de una mujer afrodiaspórica poderosa y referente de nuestras comunidades. Ilia calderón chamat, periodista que representa el poder de las mujeres y su participación en los medios de comunicación, escritora del libro “Es mi turno” nos llevó en un viaje como ella misma lo enuncia en la portada de su libro; nos sentimos muy identificadas con esta mujer cuando hablaba de migrar, roles de género, abandono estatal, de oportunidades, de representación, de sueños, de racismo, de educación y familia.

A la mayoría de nosotras todas estas cosas nos han atravesado, dejar la tierra que te ha visto crecer donde está tu familia y tu núcleo más cercano, no es fácil, porque significa dejar de verlos cada mañana al despertar, escuchar sus risas, sus regaños, pelear con tus hermanos, es una decisión difícil cuando has crecido en un hogar tan rodeada de amor, en Medellin por muchos años nos sentimos extranjeras, una ciudad bastante diversa no lo podemos negar pero al igual que Ilia fue la ciudad que de frente y sin mediar palabra nos dijo que éramos negra.

En este transitar que llevamos sumergidas en el libro “Este es mi turno” pudimos ser participes y sentir cómo la autora en su camino andar se va encontrando de forma más profunda con ella, con sus lugares de enunciación, identificamos como ella decide que su voz no solo es un instrumento que informa a otros, sino que esta también es suya, le pertenece, ese sentir lo observamos a medida que Ilia no pudo seguir negando que sobre su cuerpo y sobre nuestros cuerpos habitan muchas violencias, ella nos cuenta cómo entendió que estás están transversalizadas y como se nutren unas de otras, gracias a que van fundamentadas en sistemas que buscan condicionar nuestras libertades, que limitan nuestras autonomías y que están reforzadas por los valores de nuestras sociedades que aunque muchos se sorprenden creyendo que son “actos aislados” de odio, racismo, machismo, clasismo, solo se niegan a aceptar su responsabilidad y a encararse con esas problemáticas, que han terminado por aceptar y hasta avalar.

El libro nos invita a hacer un cuestionamiento frente a quiénes ocupan los lugares de poder, y la responsabilidad que tenemos como sociedad al elegirlos, como lo expresa la autora que “Al fin y al cabo, al que se sienta en esa silla [diversos cargos representativos] lo elegimos nosotros, los mismos que elegimos qué canciones consumimos.” p212. Es por esto, que debemos analizar a quiénes elegimos para que nos representen, nuestra responsabilidad debe ir más allá de una votación periódica, ya que somos nosotros también quiénes podemos transformar la realidad social cambiando los valores y la moral que existen en nuestras sociedades, decidiendo conscientemente deconstruir aquellas acciones y expresiones cotidianas que consideramos que puedan violentar a las personas. 

Otro punto fundamental en este libro es la importancia de la educación desde el amor y el respeto por la otredad, la representación de diversas culturas, etnias en todos los ámbitos de la sociedad permitirá crear un mundo más consciente donde todos sientan que pueden pertenecer.

Conectamos a un nivel increíble con la autora a medida que descubrimos como su voz se encontraba, como su voz fue un medio para alcanzar muchos fines desde el conocimiento del otro, entendido como algo que se conecta con nosotras.

Muchas de las violencias que nuestras sociedades replican pueden ser a veces difíciles de identificar con claridad, o están tan arraigadas a los sistemas sociales que habitamos que cuesta reconocerlos, que es difícil nombrarlos, que enfrentarlos demanda en nosotros una carga emocional que pueda hacer que nuestro sistema de defensa colapse y nosotras con él, sin embargo cuando ella empieza a nombrar, a nombrarse, cuando su ser demanda libertad, cuando los cuestionamientos empiezan a expresarse, no hubo vuelta atrás, su voz demandaba ser usada para ella también, desde entonces lo demanda, y es esa voz que a ella la salvó, que la acercó a un nivel de consciencia sobre esas violencia que nos transgreden y que nos piden sobrellevar calladas y vencerlas, como si fuera un destino que solo queda aceptar, siendo este revictimizante.

Como mujeres muchas veces nos cuesta encontrar nuestro lugar en la sociedad, un lugar seguro y donde nuestra voz no sea silenciada, Ilia en su libro nos ilustró su travesía en la sociedad, cómo encontró su voz y que callar, cuando se tiene la oportunidad, no es una opción. Alzar la voz le permitió pertenecerse más, renunciar a ese papel de ser siempre fuerte y cargar las cosas en silencio, esa voz, nos convoca y permite ver cómo la autora va transformándose, cuestionando no solo su entorno, sino a ella, ese poder de pensarnos, de ser constantemente críticos, nos libera de ese deber ser que otros han determinado para nuestras vidas y nuestros cuerpos; ella nos dice “Si la misma sociedad, en la vida diaria, no habla, no protesta y condona actos de abusos contra la mujer, no cambia la mentalidad colectiva. Si no cambia la mentalidad colectiva sobre la mujer, su rol, y su valor como ser humano, los abusadores seguirán agrediendo y delinquiendo”

¿Por qué callar si nacimos gritando? Ni callar ni quedarnos quietas es una opción para nosotras porque hay silencios que podemos romper y violencias que jamás volveremos a aceptar.

Leer este libro es una oportunidad de permitirse un viaje desde lo más profundo del Chocó hasta lo magnífico de África, es para llenarse de historia, un recorrido de identidad pero también de dolor, sanación y reconocimiento.

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