Una opinión desobediente sobre Los abismos

Escrito por: Lisbeth Paola Meneses Casas, Diana Lucía Penagos Zerda, Miriam Rubby Morales, Juana Carolina Villa Cortés, Mónica Ladino García

“El lado oculto del abismo íntimo de la vida, 
es más profundo que los precipicios geográficos”
Miriam Rubby Morales 

Los Abismos de Pilar Quintana es una novela de esas que nos mueven las fibras más internas. Una narración al alcance de todas las personas, ya que por la sencillez de su lenguaje puede entenderse fácilmente, y por la profundidad de su contenido nos permite sentirnos identificadas y reflejadas, creando alianzas sorprendentes con nuestra experiencia.

Su historia no nos deja indiferentes, nos sacude; porque el juego de espejos que plantea de principio a fin es una fiel e inteligente semblanza de la cultura patriarcal, tan propia de nuestra sociedad, con un tinte costumbrista y romántico característico de la literatura colombiana, tejida con una prosa sencilla y franca.

A la luz de la ficción narrativa, una mujer se sumerge en la cotidianidad de sus recuerdos de infancia mediante la descripción emocional y feroz de los lugares físicos y psíquicos que habitó, transitando cuatro estadíos en los que reconocemos sucesivamente esos machismos incrustados y normalizados en una sociedad acostumbrada a poner sobre los cuerpos de las mujeres el peso de las cargas de toda índole, las cuales nos condena a la santidad o al muro de lapidaciones, y sobre los hombres el peso del silencio y la enajenación emocional.

A pesar de que vemos sucesivamente lugares y escenas hostiles, no se trata de un relato concluyente y mucho menos un juicio. Simplemente deja un panorama sobre la mesa, una versión infantil de situaciones cercanas, emotivas y controversiales, cuadros tragicómicos, rudos, tristes, impasibles y solitarios que parecen deslizarse inadvertidos ante la presencia de una niña, pero que en realidad la atraviesan de manera decisiva. Ella se estremece, se conmueve, pero todas sus impresiones, todos sus caminos de pensamiento ocurren dentro de sí. Nadie se entera afuera.

Su vida aparentemente cómoda en la clase media caleña se ve sacudida por varios hechos que dejan mella en su historia: una infidelidad, una guerra entre sus padres, un suicidio, una desaparición, la depresión de su madre, su mutismo, la desesperanza de su padre, su incomodidad de ser el macho de la relación. Preguntas y más preguntas sin respuesta de una niña a quien nadie parece tener en cuenta, invisibilizada porque no es el estereotipo de “niña bonita”, porque no salió “agraciada” como su madre. Sin embargo, ella todo lo ve y todo lo escucha y todo la atraviesa por sus propias grietas de soledad e incomprensión. 

Presenciamos, en fin, momentos escabrosos en su vida, donde las bases de sus lugares seguros se destruyen. Estos paisajes nos instauran en la comprensión de diversos roles de género que establecen algunas mujeres sin la posibilidad de crear una identidad auténtica y forzadas a buscar un lugar dentro de ese ciclo que las envía de golpe a un lugar adecuado socialmente en el que nunca encajan. Lo anterior es evidente en la manera en que se traslapan los estereotipos que condicionan a las mujeres de esta historia y van mellando su autoestima y autodeterminación, al mismo tiempo que las envuelve en una cadena del “DEBER SER” alejándolas del SER, de sus propias fuerzas y pulsiones internas; un abismo de sí mismas, un precipicio que da vértigo y aterra, pero que sigue dejando huellas indelebles de generación en generación y que nos llevan al testimonio ingenuo pero contundente de una niña. 

Esta niña se pasea por una galería llena de retratos y espejos con moldes diseñados para cada generación, a más antiguos, más aterradores. Niñas muriendo al parir. Niñas y niños sin mamá, temiendo a papá. Papás que no se permiten serlo para hacerse hombres. Hombres silenciosos, ausentes y siniestros, como abismos. Abismos en los que yacen las mujeres. Mujeres rodeadas de imágenes, humo y alcohol. Alcohol que encoge a una mujer en su cama. Camas sobre las que discuten mujeres y hombres viviendo tensiones irreconciliables entre su verdad orgánica y la verdad que deben mantener en sociedad. Sociedad que funciona con hombres y mujeres con el alma grotescamente maquillada. Inútilmente maquillada. Y en medio de las metáforas, las anáforas y los opuestos, el sino de una niña aprendiendo a dejar de ser… o tal vez no. Tal vez resistiendo.

Por eso esta lectura nos interpela intensamente, porque nos encara a una intempestiva cascada emocional que se desata desde la opresión de las mujeres, quienes viven una tristeza profunda y amarga en sus interacciones con los hombres, a través de situaciones, emociones y reflejos que expresan estructuras de poder en donde la opresión no sólo afecta a las personas oprimidas, las mujeres, sino también, y en compañía de Freire lo enunciamos, hace que los opresores sean víctimas en éstas dinámicas que se diluyen en una niebla densa e inevitable en el sopor de la cotidianidad. 

Pero además de todo esto, e incluso con mayor notoriedad, la autora atraviesa diferentes parajes “geo-emocionales” en los que se revela cómo el ser madre en la cultura colombiana es una producción todavía más nítida de la opresión. Un rol sobrevalorado, idealizado hasta la romantización, un rol impuesto, deprimente, que siembra abismos y precipicios en donde las madres deben ser santas, complacientes con el marido, buenas en todo y silenciosas, porque calladitas se ven más bonitas, ¡porque son las amas del hogar! y eso ya debe ser suficiente para ellas.  

Pudimos apreciar en suma la repetición de patrones de comportamiento de las madres, la dependencia de los hombres para asegurar su subsistencia y la insatisfacción que esto genera. Todo lo anterior al compás de una extraña danza con la muerte, el realismo brutal y el morbo que se revela en la historia. Un retrato en el que las mujeres quieren escapar de aquello que no desean, ya sea la selva del hogar o la naturaleza abismal de sus vidas.

Y no obstante esta cruel travesía, Pilar acaricia cada retrato, cada personaje y cada historia particular con cariño y lucidez, con total carencia de prejuicio. Ve más allá del dolor y aparta con un amor muy eficaz las pesadas estructuras de la academia y la adultez, compartiendo desde su escritura cómo nos han atravesado fibras, pensamientos y una inocencia heróica muy endémica de las mujeres colombianas.

Los Abismos es definitivamente un libro para saborear y llorarlo, para abrazarlo, desesperanzarse y sonreír tristemente, también un homenaje reivindicativo a la niña interior que todas llevamos dentro, porque Claudia, la niña que nos abre su alma de papel, somos todas; ella nos lleva por su propia selva interior, esa manigua virgen en donde todo fructifica y nos dice: soy la voz de muchas mujeres que han decidido no quedarse calladas, sino salir al mundo a gritar aquello que por siglos y milenios nos han dicho que debemos callar.

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